sábado, 21 de novembro de 2009

niñez

Amores que agobian: Madre e Hijo


Algunas mujeres hacen de la crianza de sus hijos el único objetivo de sus vidas, proyectan en ellos la posibilidad de alcanzar logros propios que quedaron frustrados en el camino y, a fuerza de invadir sus vidas, terminan manipulándolos.





Siete de la mañana.
El sol empieza a despuntar en las calles de una ciudad cualquiera.
Mariana hace los últimos pasos hasta llegar a la puerta de su casa, luego de una fiesta de quince años poblada de risas, festejos y ese aire adolescente que todo lo invade.
Adentro, Esther, su madre, se sirve, ansiosa, los primeros mates de la mañana, mientras observa su figura en el pequeño espejo del rincón. El cristal le devuelve una acuarela que a sus cuarenta y tantos ya no le gusta tanto observar.
Se acomoda el cabello mientras piensa, con un dejo de frustración en la mirada, que tendría que haber sido estrella de cine o, tal vez, cantante.
Se sirve otro mate y sueña con que Mariana tal vez lo logre.
La muchacha, finalmente, llega y encuentra a Esther con un oportuno mate en la mano y saliéndose de sí por saber qué pasó en la fiesta.
Mensajes como estos pueblan las palabras de algunas madres hacia sus hijos e hijas, que ven en ellos una prolongación de sí mismas.
Tienen el firme propósito de llevarlos al éxito, siempre y cuando éste coincida con lo que ellas tienen establecido como tal.
O pretenden que sus hijos no se alejen de su "plan maestro", pero a la vez están distantes y sin interés hacia las necesidades de ellos.
Lejos de ser planeado y maquiavélico, se proponen ser buenas madres, tienen buenas intenciones, lo hacen "por el bien de sus hijos"; pero consiguen todo lo contrario: en lugar de fomentar su desarrollo independiente, los vuelven inseguros y dependientes como ellas.
"Esto suele verse en familias donde la madre tiene como único proyecto la crianza de sus hijos y hacen de la maternidad su identidad.
"El padre accede a ocupar el lugar de `necesario no participante'; de entregador de los niños a esta madre posesiva y manipuladora. Los chicos van aprendiendo que tienen que ser ellos el sostén del precario equilibrio familiar, ya sea adivinando los deseos más profundos de sus padres para poder cumplirlos, o siendo sus confidentes o acompañantes", sostuvo la psicoanalista Perla Pilewski, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

Control total.
La invasión de la intimidad puede darse a través del control de todas las actividades de sus hijos, por ejemplo, o tomándolos como confidentes.
También, cuando los designan como causa de su felicidad o su desdicha.
"Este hijo sólo me da dolores de cabeza", o "Este chico sólo me da satisfacciones": dos caras de una misma moneda corriente.
En la literatura infantil también se pueden encontrar ejemplos de madres competitivas.
"La Cenicienta es uno: allí se da cuenta de lo que sucede cuando la niña se vuelve adolescente. La madrastra --la contraparte de la madre idealizada-- se pone envidiosa de la vida que empieza a tener su hija adolescente, del futuro que tiene por delante y de las posibilidades eróticas y de procreación que se les empiezan a presentar", ejemplificó Pilewsky.
Más cercana en el tiempo, La Casa de Bernarda Alba muestra una madre que pretende digitar la vida de sus hijas, tirana, autoritaria e inconforme con el papel adjudicado a la mujer en la sociedad española de comienzos del siglo XX.
Esta viuda, madre de cinco hijas, es un personaje contradictorio, mujer y hombre al mismo tiempo.
"Tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación", dirá Bernarda a sus hijas en esta obra trágica de Federico García Lorca.
En la misma línea, se encuentran infinidad de chistes y relatos del ideario popular, donde la madre del varón, en la joven pareja que se inicia, es la que puede transformarse en una pesadilla para su nuera.
Vale preguntarse, entonces, hasta dónde es sano que los chicos compartan sus vivencias con la madre ¿Cómo pueden poner límites a su propia intimidad?
Para la psicoanalista, ninguna de las dos tareas es sencilla.
"Si bien al principio de la vida la relación madre-hijo es de una profunda intimidad --de hecho se inicia la vida dentro de la madre--, es de esperar que, con los años, ese niño pueda ir separándose y viviendo sus propias experiencias", indicó.
En cuanto a los límites, no es fácil para un chico ir contra los deseos profundos de los padres, ya que dependen de ellos.
"De acuerdo con la capacidad de independizarse que tenga cada chico y de las posibilidades que le puede ofrecer el papá, la escuela o el núcleo familiar, se podrá frenar el avance de los deseos de la madre", señaló.

Algunos síntomas.
Los niños nunca alcanzan las expectativas que una madre demasiado posesiva depositó en ellos.
Y, entonces, la madre puede tener reacciones manifiestas hasta violentas y el chico puede padecer serias inhibiciones en su desarrollo, sostuvo Pilewsky.
Estas familias llegan al consultorio profesional preocupadas por los síntomas que tienen estos niños: anorexia y bulimia; trastornos del sueño o problemas para concentrarse.
También son frecuentes dolores de cabeza, trastornos digestivos o respiratorios (asma o bronquitis recurrentes).
Emociones fuertes como el enojo, la felicidad o el miedo, pueden disparar un ataque de asma o empeorarlo.
"En estos casos, el profesional capacitado para reconocer el origen de estos síntomas indicará la terapia, ya sea familiar o individual", sostuvo.
Para los padres --varones-- es fundamental abandonar el lugar de necesario no participante, involucrándose activamente en las experiencias de vida con su hijo, a través de conversaciones y actividades y construyendo una relación donde la madre no participe, creando espacio entre ellos y para ellos, enfatizó Pilewsky.
Hay quienes padecen vestigios de estas relaciones, incluso en la adultez.
Para la psicoanalista, lo que ocurre es que cuando no se tiene la oportunidad de ir organizando formas más creativas de relacionarse, seguirán apareciendo síntomas de diferente cualidad pero de un mismo origen: sólo cambiarán las formas de manifestación de los conflictos.
Por otra parte, de acuerdo con lo manifestado por la especialista, es altamente probable que quienes tuvieron un vínculo de estas características de pequeños con sus padres repitan luego el modelo con sus hijos, a menos que puedan desarrollar junto a su pareja una forma distinta de relacionarse.
La adolescencia de los hijos ofrece la oportunidad de replanteos y es el momento en que se pueden aprender nuevas formas de relacionarse.



Los niños nunca alcanzan las expectativas que una madre demasiado posesiva depositó en ellos. Entonces, la madre puede tener reacciones manifiestas hasta violentas y el chico puede padecer serias inhibiciones en su desarrollo.


Las familias llegan al consultorio profesional preocupadas por los síntomas que tienen estos niños: anorexia y bulimia; trastornos del sueño o problemas para concentrarse.

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