domingo, 5 de julho de 2009

Diálogo en el fin del mundo
Vicente Verdú, poeta, narrador y periodista, ha escrito mucho sobre crisis. Fue jefe de Opinión en el diario El País de Madrid y combatió el "imperialismo de la ficción" en la literatura. En su nuevo libro, El capitalismo funeral, advierte que el deterioro del sistema es irreversible pues entraron en crisis desde las finanzas hasta la calidad de las personas. Un mundo basura se termina.

Por: Juan Cruz
PROTESTA. Trabajadores franceses queman cubiertas en la plaza de la Bolsa de París, en mayo último.
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Vicente Verdú, poeta, periodista, narrador y ensayista, se ha distinguido en España (y en el mundo) por haberse adentrado con solvencia (y literatura) en algunos de los episodios socioeconómicos y culturales que han definido el mundo en el siglo XX. Y ya comenzado el siglo XXI se ha apresurado a hacer un diagnóstico de este período crítico que vivimos con un título que prolonga su bibliografía, casi toda en la editorial Anagrama. El capitalismo funeral , que acaba de salir en España, se suma a sus estudios sobre Estados Unidos, sobre China, sobre el lujo y la cultura.

El es, fundamentalmente, un poeta. De modo que esta frase suya, que aparece incrustada en el título del volumen ( La crisis o la Tercera Guerra Mundial ) sobre el drama en el que aparentemente vivimos, hay que tomarlo como una metáfora. Pero también como una advertencia. Viniendo de él, como se ve en esta conversación, habría que tomarla muy en serio. Verdú, que fue jefe de Opinión en El País de España, donde sigue escribiendo, y que nació en Elche (Alicante, España) en 1942, dice aquí que la crisis que recorre el planeta es "social, cultural, moral y, por lo tanto, el principio de un mundo y el final de otro".

Es muy fuerte lo que dice: estamos en la tercera guerra mundial. Pero hay que atender al modo de decirlo. Vicente Verdú es, decimos, un poeta; uno de sus títulos memorables es Si usted no hace regalos le asesinarán ; como periodista (oficio que ejerce en El País desde 1981), forma parte de una generación que combatió con la cultura el espacio gris del franquismo; como ensayista ha visitado Estados Unidos y China para estudiarlos a fondo, y como narrador es autor, entre otros, de un libro, No ficción , que convirtió en su manifiesto contra la ficción, o contra el imperialismo de la ficción. Ahora se ha adentrado en los agujeros negros del capitalismo y ha salido de ahí con un título que abre las carnes, El capitalismo funeral . La crisis o la Tercera Guerra Mundial , que aparece en Anagrama en el momento más oscuro de la crisis planetaria.

En "El capitalismo funeral" usted comienza hablando de cómo se hace un libro, sobre cómo el libro se va haciendo, en cierto sentido... Es una interesante reflexión. Hay gente que despliega papeles, croquis. Y a usted el libro se le va haciendo...

Siempre me han chocado mucho estos novelistas, y no sólo novelistas, que dicen: "Tengo todo el libro en la cabeza; sólo me falta escribirlo", como si el proceso de escritura fuera una mecanografía... Todos sabemos, si nos ha gustado escribir y hemos apreciado la forma de decir las cosas, que la escritura es un medio vivo que suscita ideas, que cambia las preexistentes, que abre caminos insospechados y que crea, en general, el gran gozo de escribir.

Usted es autor de títulos muy sugerentes: "Si usted no hace regalos...", "No ficción", "Yo y tú, objetos de lujo", "El capitalismo funeral." ¿Cómo llega usted a este título? ¿No le parece que la palabra funeral disuade?

Viene como contraste a una época muy de auge, de orgía, y en este batacazo súbito en que el mundo ha venido a caer esta palabra negativa confiere el contraste del lleno y el vacío, del alto y el bajo, de la levitación y el enterramiento. Me enamoré de ese título porque funeral, que empleamos siempre como sustantivo, es un adjetivo de origen, y me pareció que ese juego léxico entre dos aparentes sustantivos, capitalismo y funeral, era rotundo y expresaba también el fin de una época. Ese es el fondo del libro, que ésta no es una crisis cíclica más, sino que a mi modo de ver es una crisis social, cultural, moral y, por lo tanto, el principio de un mundo y el final de otro.

Y una falla en la historia de la cultura, dice usted.

Creo que la crisis no es exclusivamente financiera y económica; hay implicados muchos más elementos. El especulador no puede especular si no hay gente con quien especular; el estafador no estafa si no hay un cándido; la gente no se aventura en las hipotecas si la época no lo promueve. Todo esto tiene que ver. Y tiene que ver, por si faltaba poco, con la pérdida de calidad de las cosas. Cuando se habla de los bonos basura o de las hipotecas subprime , eso es concordante con el trabajo basura, con la tele basura, con la comida basura y con la mala calidad de las personas, porque ésa es una cuestión que a mí me ha parecido interesante para explicar. No estoy moralizando, estoy hablando de la ruptura de los materiales...

¿Somos peores?

Los materiales eran malos. La amistad estaba deteriorada o era floja. La calidad de las personas también bajó en correlación con la baja calidad de los tejidos en los vestidos, de las comidas, del trabajo, de los muebles.

Le repito: ¿somos peores?

Los conceptos morales son peores respecto a los valores absolutos. Somos menos consistentes. Una economía especulativa como la que venía necesitaba perder consistencia y ganar elasticidad, facilidad de circulación, ligereza, poco afianzamiento. En Estados Unidos hay una cosa que se valora en los empleos: el lastre cero. Se llama a una persona de lastre cero a aquella que no tiene raíces, que tiene pareja pero no está enamorada, que no tiene hijos o los tiene distanciados, que tiene una formación pero no es una formación muy vocacional. Es un mundo ligero y volátil, propenso a desvanecerse.

Ahora no miramos a la economía. ¿Adónde miramos ahora?

En una época pasada vivimos basados en el dolor como eje de la cultura. Se alcanzaba la recompensa después del sacrificio. Primero se ahorraba y después se compraba. Esa ética del dolor, basada en el cristianismo acérrimo, fue sustituida por una sociedad de consumo que invirtió la ecuación. Es la inversión de la ecuación del dolor y el establecimiento de la ecuación del placer. Ahora Zapatero, por ejemplo, nos induce a que consumamos, cuando hace dos o tres meses, eso parecía moralmente condenable.

¿Es el fin de fiesta? ¿La globalización ha sido un espejismo?

Ha sido una suerte de orgía la idea, por ejemplo, de que uno se podía enriquecer en poco tiempo. Como el placer no era malo o condenable sino productivo a través del consumo, que no era pecado mortal, sino que estaba formando parte del espíritu del tiempo, todo había que disfrutarlo en esta vida. Y ésa era la norma que persistía en todos los ámbitos. Esa época también coincidía con un aturdimiento, faltaba un proyecto de vida. La idea del proyecto de vida es más propia de una época anterior. Casarse, tener hijos, afianzarse en un trabajo de por vida, la extremaunción y el cielo. Todo ese proceso predeterminado se descompone en la segunda mitad del siglo XX: no hay una sino varias parejas, no uno sino distintos trabajos en diferentes lugares, no una familia única sino un ensamblaje de familias mecano, etcétera. El fin de fiesta es el apagón de las luces y el momento en que llega la meditación. Creo, como todo el mundo ha dicho a lo largo de la historia, que las crisis son un momento muy propenso, e incluso inexorable, para poder renovarse y recomponer un proyecto con un sentido cada vez más consistentemente humano.

¿Y cómo será el mundo?

Puede que sea menos jerárquico y más matricial, más equitativo y colaborador. Más horizontal y tramado a la manera que hemos aprendido en la red y más directo e interactivo. La figura del intermediario financiero que se llevaba prácticamente todo el beneficio del agricultor se corresponde con el intermediario financiero que nos explota con sus comisiones. O con el intermediario político, que con su corrupción malbarata nuestros bienes, y con su endogamia desdeña gradualmente al ciudadano en beneficio de conservar el poder a toda costa. Este mal del intermediario ha sido rotundamente denunciado y demolido por la acción en la red y los contactos directos entre empresas o persona a persona.

Y ahora nos podemos defender de los intermediarios.

De esta clase de intermediarios nefastos e improductivos teníamos ya conciencia; ahora además vamos poseyendo los medios para prescindir de ellos gracias a la red y su continuo desarrollo. La gente empieza a orientarse entre sí para la compra de las cosas, la elección de las películas, la calidad de las mercancías, la denuncia de los abusos o mentiras políticas. Este mundo actúa en horizontal, no en vertical. En un mundo complejo como el actual, la interacción es su correlato. Diseñar cualquier nuevo objeto, una mejor ciudad, un mejor transporte urbano, se logra con mayor acierto a través de colectar las opiniones de gentes de diferentes condiciones y países y creencias que confiar ese trabajo a un solo individuo, por iluminado o líder que parezca.

Pasamos de lo simple...

Pasamos de lo simple a lo complejo; el mundo de la complejidad sustituye al mundo de la mecánica. Una sociedad muy piramidal no alcanza más complejidad que la complejidad de su jefe máximo, mientras que una sociedad en horizontal, como permite la red con sus códigos abiertos, tiene más posibilidad de introducir mejor y más apropiados elementos en un mundo complejo.

Dice que el capitalismo finge su funeral, y evoca con melancolía el siglo XX.

Fue un siglo poderosísimo. Se ensayaron en él todas las utopías del siglo XIX, y se asistió a su fracaso. El nacionalismo dio con los campos de exterminio. El comunismo dio en los gulags. Todas esas grandes ideas colectivas orientadas a crear un hombre nuevo, una humanidad cooperadora, terminaron mal. Fue un siglo muy intenso, y quizá por eso el XXI ha empezado con ciertas resistencias.

¿Estamos en la tercera guerra?

Estamos en una gran crisis que propaga una adversidad a escala mundial. Yo he comparado este trance con una metafórica tercera guerra mundial porque el capitalismo necesitó y se benefició de las grandes destrucciones materiales de las dos guerras mundiales anteriores. No sólo Estados Unidos, que se benefició de la destrucción de Europa, la industria alemana también renovó, a través del Plan Marshall, su actividad industrial a una velocidad impensable sin la contienda. Y a partir de ahí puede hablarse del saneamiento de todo el sistema mundial y su progreso. La gran crisis actual ha sobrevenido justamente medio siglo después de la Segunda Guerra Mundial, y ésta estalló casi medio siglo después que la primera.

Cita un verso de Hölderlin: "Donde hay peligro también surge la salvación".

Esta sentencia forma parte del pensamiento que señala el mal dentro del bien o viceversa, que ve siempre dentro del sí un pequeño no y al contrario.

¿Y ahora dónde ve el no?

En el descrédito de las instituciones bancarias y de todos los intermediarios, políticos incluidos, como factores de explotación. En cuanto a la política, ya no cabe la posibilidad de pensar en un sistema democrático que sobreviva si no es a la manera como lo ha entendido Obama, movilizando a millones de personas a través de Internet. El mundo camina hacia la desaparición del intermediario improductivo y hacia una estructura más horizontal, una suerte de "anarquía armónica", como dice Salvador Pániker. Los mundos de los grandes jefes y las rígidas jerarquías van siendo sustituidos por organizaciones más participativas y comunicadas en el interior de las empresas importantes. Y también va imponiéndose la idea de algo tan elemental como que es mejor cooperar que competir, colaborar que destruir al contrario, avanzar en proyectos conjuntos.

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