sexta-feira, 1 de janeiro de 2010

medo infantil

LOS NIÑOS Y LOS MIEDOS
[Revista Nro.159 Por Luz Edwards
Advertir a los niños los posibles peligros es necesario, pero en su justa medida. El criterio es lograr que no corra riesgos, pero que pueda explorar y ver el mundo como un lugar amigable.

Que no se acerquen a la piscina. Que no salgan a la calle solos. Que no dejen que un extraño los toque… Son mandamientos que los padres deben inculcar a sus hijos para protegerlos de riesgos reales. Pero, ¿que no toquen las manillas de las puertas porque tienen gérmenes? ¿Qué no vayan a un cumpleaños porque les puede dar pena o frío? ¿Qué no suban solos la escalera para evitar que se caigan?
Sin duda todos los padres quieren lo mejor para sus hijos y tal vez, si pudieran, los protegerían de todo tipo de amenazas o situaciones complicadas. Pero cuando las protecciones son más de las necesarias se convierten en limitaciones que impiden que el niño explore su entorno de manera espontánea y tenga un desarrollo normal.
Pautas para no equivocarse
No existe un listado tipo respecto de qué dejar hacer o no a un niño de acuerdo a su edad.
Pero sí hay algunos principios que deben guiar los “no” y los “sí” de los padres para lograr el objetivo, que es que el niño aprenda a cuidarse solo. “Hay que seguir el sentido común”, dice la psicóloga e investigadora de la Universidad de los Andes, Sandra Gelb, aunque agrega que muchas veces es el menos común de los sentidos.

> “¡Mamá, di el examen en el colegio y no me sacaron sangre!”.

1. Acompañarlos a conocer el mundo.
Si un niño quiere subirse a un juego de la plaza que es muy alto para su edad, hay dos opciones: decirle que no lo haga o encaramarse con él. De esta última manera se le enseña que los riesgos son controlables, en lugar de forjarle la idea de que los peligros lo acorralan. Entonces, “acompañarlo” significa minimizar los riesgos de cada escenario para luego soltar al niño. Siguiendo con el ejemplo, si el papá se subió al juego para evitar un accidente, de ahí en adelante debe relajarse y evitar las palabras “cuidado” o “peligroso”. “Si no, se está dando un doble mensaje: ‘explora, pero no confío en que te las puedas arreglar solo’. Eso puede generar adultos dependientes e inseguros”, explica la psicóloga Gabriela Escalona.
Este acotar en vez de coartar la exploración es una extensión del concepto que se usa con las guaguas, cuando se les pone en un corral o se cierran los accesos a algunas partes de la casa.

2. Enseñarles a evaluar riesgos.
Una de las metas de los primeros años de vida es que el niño incorpore una conducta de autocuidado y eso ocurre cuando se le permite ser el protagonista, no cuando los papás van delante de él despejándole el camino. “La meta es que de más grandes sean capaces de evaluar el entorno, sus riesgos y tomar sus propias determinaciones al respecto”, dice Gabriela Escalona. Además, un niño que aprende a cuidarse, sabrá luego cuidar a los demás y su entorno.

3. Tener conciencia de los mensajes no verbales.
Cuando un niño ve que sus papás hablan todo el tiempo de la alarma, de robos, de peligros o de enfermedades, el niño entenderá que el mundo es un lugar terrorífico. Esto, por más que luego los padres lo animen a explorar. Lo mismo ocurre cuando las reacciones de los papás frente a un posible peligro son desproporcionadas. Por ejemplo, una mamá que grita con su mayor energía y expresión de horror cuando el niño se apoya en el escusado de un restaurante. Eso está bien cuando el niño va a tomar un cuchillo carnicero, pero no corresponde cuando el tema puede solucionarse con un lavado de manos y una conversación serena. “Hay que controlarse y saber que la relación que los adultos tenemos con el entorno marcará al niño. Debemos hacer un esfuerzo por no exagerar los peligros porque entonces el niño pensará ‘¿Para qué explorar, si es tan peligroso?’”, advierte Gabriela Escalona.

4. Conocer al niño.
“La crianza de los hijos es un vals, entre las características del niño y las de los padres, en un determinado escenario. Los padres deben estar atentos para no pisarles los pies al hijo”, grafica Gabriela Escalona. La enseñanza de la noción de peligro debe respetar este principio también. Los padres deben observar cómo es el hijo (pasivo, temeroso, cuidadoso, temerario, descontrolado, inquieto), observarse cada uno como padre (aprensivo, miedoso, sobreprotector, relajado, arriesgado) y encontrar la mejor manera de “acompañar” al niño. A algunos habrá que animarlos a más y a otros habrá que ponerles límites extras. Esta diferencia se dará aún entre los hermanos, pues aunque tengan la misma carga genética, las circunstancias y el modo de ser de cada uno son distintos, y los padres nunca son iguales con todos los hijos.
Cada niño tiene su ritmo y los avances se producen cuando se está físicamente y emocionalmente preparado. Por eso, no debe extrañar un niño que está listo para caminar, pero que no se atreve. A él hay que observarlo y darle el apoyo que necesita para que tome confianza.

5. Saber que sobreponerse a un miedo da enorme satisfacción.
Sentir susto es algo natural, una emoción que surge para que la persona se proteja de los riesgos. La mayoría de los niños lo experimentan cuando se les dice “¡cuidado!” o les muestran peligros reales, como un seguro contra accidentes y heridas. Pero hay situaciones que les provocan miedo sólo por imitación, como a los temblores, o niños que por personalidad creen peligrosas situaciones que no lo son. “A un niño no se le puede pedir que no sienta miedo. Pero sí que haga las cosas aún teniendo miedo, mostrándole que vale la pena porque se va a entretener o va a lograr algo importante”, dice la psicóloga Sandra Gelb. Experimentar que no hay peligro hace que el miedo vaya suavizándose.
Una manera de provocarles menos miedos a los niños es saber que los cambios en la rutina y las novedades los desconciertan y producen inseguridad. Por eso, es bueno prepararlos. Por ejemplo, si el niño va a ir por primera vez a un cumpleaños, contarle que va a haber gente que no conoce, que a lo mejor va a haber comida que nunca ha probado, etc. Todo poniéndose en el lugar del niño. Así se evitan casos como el de una niña que estaba aterrada por ir a dar examen de admisión a un colegio. Al salir miró a su mamá con alegría y alivio y le dijo: “¡No me sacaron sangre!” y alivio y le dijo: “¡No me sacaron sangre!”.

ARRANQUE DE LOS EXTREMOS
Los papás que consultan a un especialista son los que se encuentran en los polos:

> Padres muy involucrados en la crianza, pero que han caído en la sobreprotección y en estar todo el día encima de los niños, entorpeciendo su desarrollo normal y la exploración espontánea del entorno. Consultan porque ellos están muy complicados y asustados y porque ven que el niño no lo está pasando bien, es muy temeroso, tímido o inseguro.
> Padres que por falta de tiempo han descuidado a su hijo. Si éste es pasivo, explorará aún menos debido a la falta de estímulos y acompañamiento; y si es más temerario, la falta de límites lo convertirá en alguien que busca riesgos cada vez más emocionantes. Consultan cuando el niño se acerca a la adolescencia, porque no obedece y es un problema en el colegio.


Cuándo preocuparse
Todos los niños tienen miedos, pero en algunos casos éstos van más allá de lo normal.
- Le tiene miedo a algo que todos los niños de su edad hacen.
- El miedo persiste en el tiempo.
- Su reacción es desproporcionada al estímulo. En este caso conviene consultar a un psicólogo de confianza o a un terapeuta ocupacional, pues algunas veces la causa no es emotiva sino física: personas que captan los estímulos de manera exagerada o aminorada.

> A esta edad se forja la relación del niño con el mundo. Si es positiva o llena de temores, marcará la manera en que se enfrente al entorno cuando más grande.

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