segunda-feira, 26 de janeiro de 2009

Con Bajo Presión, un libro pensado para rescatar a los niños de las tensiones propias del siglo XXI, este periodista canadiense que saltó a la fama cuando escribió Elogio de la Lentitud traslada su filosofía slow a la relación entre padres e hijos. "La línea entre padres e hijos se ha desdibujado", dice. Pero lo que sigue bien firme es su éxito editorial: Elogio de la lentitud, disponible en más de 30 idiomas, ya vendió más de 500 mil ejemplares. Y con apenas meses en las bateas, Bajo Presión sigue el mismo camino. Pese a que recibe miles de e-mails de agradecimiento, esquiva el rótulo de la autoayuda, "esa especie de oráculo que provoca más adicciones que mejoras". Y desde su casa en Londres, mitad en inglés y mitad en un español afianzado por los tres años que vivió en Argentina, asegura que después de su último libro es sin duda un mejor padre.

¿Qué cultura construimos para que las disputas del mundo adulto incluyan a nuestros hijos en el menú?
Hemos creado una embrutecedora cultura del perfeccionismo. Esperamos que todo sea perfecto - nuestros dientes, nuestros cuerpos, nuestras vacaciones-. Y queremos hijos perfectos para redondear el retrato. El problema es que no hay tal cosa y esa búsqueda se está volviendo contra nosotros. Voltaire dijo: "Lo perfecto es enemigo de lo bueno".

Desde "mi hijo el doctor", siempre hubo proyectos para los hijos, ¿qué hay ahora?
Es cierto que los padres siempre han tenido el orgullo de los logros de sus hijos. Pero hoy, este instinto ha caído en la caricatura. Muchos pegan carteles en sus autos con lemas como "Mi hijo es un estudiante de honor en la Escuela X". Una reciente caricatura del New Yorker bromeó sobre la tendencia de tratar a nuestros hijos como un proyecto vanidoso: Una joven pareja se encuentra con orgullo al lado de la cuna de su bebé recién nacido. La madre suspira: "Ay, mirá, es un abogado". En estos días se nos habla incluso de nuestros hijos en la tercera persona del plural: "Tenemos muchas tareas. Jugamos al fútbol el domingo. Estamos aplicando a Harvard". La línea entre padres e hijos se ha desdibujado.

Niños precoces y adolescentes eternos, la maduración de las nuevas generaciones sufre a dos puntas. ¿Cómo se explica?
Parece una paradoja, pero las dos cosas están relacionadas. Por un lado, estamos acelerando el desarrollo de nuestros niños: académicamente, exponiéndolos a los medios de comunicación adultos; viéndolos como consumidores; cargándolos con rutinas innecesarias. Pero, por otro lado, los infantilizamos. No los dejamos salir por sí solos hasta que son mucho mayores que nunca; nos afligimos por cada cosa que les pasa y nunca les decimos NO. Esto explica la precocidad de los niños pequeños y la inmadurez de los niños que nunca crecen: dos caras de la misma moneda. Los dos fenómenos proceden de nuestro instinto de hacer lo mejor para nuestros hijos. Ese instinto, en la última generación, se ha convertido en una caricatura de sí mismo.

¿Comparte la visión de que las nuevas generaciones son multitarea, que pueden chatear, ver tele, y hacer los deberes al mismo tiempo?
Ese es un mito. Es cierto que hacen malabarismo pero, ¿ha experimentado una revolución la evolución del cerebro humano? No. Las últimas investigaciones muestran que el cerebro humano, y eso incluye a los cerebros de los niños criados en la era de la información, no reacciona bien frente a la multitarea. La conclusión es que gran parte de lo que pasa por "multitarea" es otra cosa: es una acción secuencial. Cuando su hijo tiene cinco ventanas abiertas en la pantalla de su computadora y está mandando mensajes en su teléfono celular mientras ve televisión, lo que hace realmente es dedicarse a una tarea unos pocos segundos, parar, cambiar a otra, parar un poco y así sucesivamente. Y esta alternancia redunda en un uso muy ineficiente del tiempo y de la energía del cerebro. Cuando la gente va y viene entre tareas comete más errores y a veces emplea el doble de tiempo que si hubiera realizado cada una de las tareas de principio a fin antes de pasar a la siguiente. Esto puede explicar por qué a su hijo le lleva dos horas en lugar de una terminar un ensayo sobre historia.

Esta es la generación más conectada, más vigilada y más consentida de la historia, ¿qué podemos esperar de ello?
Los niños de hoy cuentan con una gran cantidad de conocimientos tecnológicos útiles y mucho del pánico acerca de cómo los niños están creciendo es justamente eso: pánico. Pero hay algunas señales muy preocupantes. Ya estamos viendo el aumento de los problemas de salud mental, especialmente en las clases medias, donde la cultura de la competencia y la perfección es más pronunciada. Y hay otro problema. Los padres quieren ayudar a sus hijos en todo. El cordón umbilical se mantiene intacto incluso después de la graduación. ¡Hay padres acompañan a sus hijos a las entrevistas de trabajo para ayudarlos a negociar los sueldos y paquetes de vacaciones!

¿Cambió tanto el mundo para que los chicos de hoy lleven gps en pro de la seguridad?
En absoluto. El mundo ha cambiado de manera extraordinaria en la última generación pero no de manera que la crianza de los hijos justifique que los niños sean empujados, pulidos y protegidos con celo sobrehumano. Es todo un desafío. Como padre de dos hijos, sé lo difícil que es enfrentar el status quo y lo fácil que es entrar en pánico y seguir a la manada. Esta generación de padres ha perdido su confianza. Escribí Bajo presión para recuperar mi confianza y ayudar a otros a hacer lo mismo.

¿Cuál debería ser nuestro modelo de padres?
Ser madre o padre es un viaje; es el descubrimiento, por ensayo y error, de qué tipo de padres somos o queremos ser. No se trata de empezar con una idea fija del padre perfecto y hacer todo lo que esté a la altura de ese ideal. Aun así, creo que hay algunos rasgos generales a los que todos podemos aspirar pero al mismo tiempo tenemos que asegurarnos de que tengan tiempo, espacio y libertad para explorar el mundo en sus propios términos.

¿Sigue pensando que la solución está dentro de un modelo capitalista?
Estoy de acuerdo en que el clima socio-económico de los últimos años ha potenciado los problemas de la infancia moderna. La obsesión por los bienes materiales, la creencia de que todo en la infancia puede ser medido y que todo lo que no se puede medir (como el simple juego) no tiene valor, son algunos ejemplos. Pero no creo que el capitalismo sea el culpable. En los últimos años, hemos caído en lo que llamo turbo-capitalismo, donde existe una enorme presión para consumir más y más y más, y donde el espíritu de la competencia infecta todo lo que hacemos. Esto ha sido muy perjudicial para todos los aspectos de nuestra cultura y, de hecho, para la propia economía, si se considera la actual crisis financiera. La verdadera pregunta es qué tipo de capitalismo tenemos.

¿Cuál ha sido el "aporte" de la publicidad en este sistema de crianza de hijos?
Identifican un peligro y, a continuación, ofrecen un producto para hacerles frente. Ejemplo: Usted preocupa a los padres por el supuesto rezago académico de sus hijos y luego vende millones de dólares en DVDs y juguetes electrónicos "educativos". Los niños no necesitan estos aparatos - y no hay ninguna prueba de que aumente su inteligencia- pero los padres compran porque temen estar perdiéndoselo. Por lo tanto, un objetivo de los anunciantes es preocupar a los padres y así venderles más cosas que no necesitan. El otro objetivo de la publicidad son los propios niños. Esto que comenzó a principios de los 80, ahora se ha convertido en una forma de arte. Es extraordinario, los chicos son conscientes de las marcas a una edad cada vez más temprana. La publicidad pretende socavar la autoridad de los padres, de papá y mamá, vistos como un obstáculo para el gasto.

Y las pantallas, ¿qué papel juegan en esto?
Por un lado, las nuevas tecnologías han creado una nueva frontera, aparecieron nuevas formas de aprender, de comunicarse, de jugar y de expresar opiniones. Todo esto es maravilloso. El problema es que los niños están pasando demasiadas horas frente a la pantalla - esto quiere decir que no pasan suficiente tiempo corriendo al aire libre, interactuando cara a cara, o aprendiendo de una manera táctil. Asimismo, nunca aprenderán a lidiar con el aburrimiento o a pensar profundamente, porque siempre hay una Playstation para distraerlos o entretenerlos. Esto es especialmente malo para los niños pequeños, porque los cerebros jóvenes necesitan tiempo y espacio para inventar, para jugar, para enfrentarse a sus logros y frustraciones. Los chicos de hoy también disfrutan jugando a la manera que lo hacían los chicos de otras generaciones. Es un error pensar que ahora los niños son biológicamente diferentes a causa de la revolución de las tecnologías.

Usted como periodista escuchará que Internet requiere un bajarse del pedestal en pro de cierta igualdad de estatus con las audiencias. Sin embargo, son los chicos en materia de saberes tecnológicos quienes ocupan ese pedestal y desafían a sus progenitores y docentes, ¿cuáles son las consecuencias de esta inversión de roles?
Estoy de acuerdo en que la Internet ha creado una inversión de poder. Los niños, en general, se llevan mejor con las nuevas tecnologías que las generaciones mayores. Y no creo que esto sea malo. Es saludable para una sociedad ser desafiada por su juventud. Es interesante que los niños tengan ahora la capacidad para participar más plenamente en nuestra cultura en muchos niveles - el debate, el comercio, el juego. Y espero que esta potenciación del papel de los niños ayude a romper la actual cultura de querer tratarlos como proyectos que pueden ser moldeados para adaptarse a nuestros sueños y deseos. El peligro es que los niños nos deslumbren por los conocimientos tecnológicos y decidamos entonces que ya no tenemos la autoridad para decirles cómo utilizar la tecnología. Los niños necesitan límites y nos corresponde a nosotros imponérselos. Si queremos obtener el mejor provecho de las nuevas tecnologías los padres debemos tener la confianza para controlar cómo la usan los niños. Tenemos que impulsar nuestro propio conocimiento de manera que podamos protegerlos y ayudarlos.

Más allá de lo que usted pregona, de su filosofía, ¿es en realidad optimista acerca de los rasgos de nuestras próximas generaciones?
Yo soy un optimista natural. Creo que si entendemos que algo está mal y, a continuación, mostramos otra manera de hacerlo, la gente va a cambiar. Creo que podemos dar vuelta esto, recuperar nuestra brújula y empezara a generar el tipo de infancia que nuestros niños se merecen.

¿Qué es lo que más le preocupa?
La tendencia a ser súper padres. Incluso cuando advertimos que las cosas van mal, encontramos muy difícil decir no al status quo y elegir otro camino. La crianza de los hijos es siempre difícil, pero no tiene nada que ver con un deporte de alta competencia o el desarrollo de productos. Ahora, una cosa específica sobre la infancia que me preocupa mucho es el número de horas que los niños están pasando por delante de las pantallas. ¿Qué nos puede salvar de todo esto? Es una simple cosa llamada "botón de apagado". Hay que desenchufar los aparatos y decirle a los chicos que salgan a jugar.

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