sexta-feira, 24 de outubro de 2008

Novos tempos

El malestar en nuestra época está regido por el discurso del mercado. Vivimos en una sociedad sin ideales, esclavos de un discurso consumista, donde los valores están puestos en los objetos y los productos de la tecnología. La escuela padece y se nutre de lo que aqueja a la sociedad, es un microclima de nuestro modo de vida, teñido de violencia con sus distintos ropajes.
La discriminación es la no tolerancia del otro diferente, rechazándolo sin poder aceptarlo como es, considerándolo inferior, buscando su destrucción. Muchas veces quienes protagonizan estas acciones no son totalmente conscientes de la magnitud del daño que pueden producir en el otro, sobre todo los niños. Los prejuicios, que son un modo de calificar al otro, responden a una ideología. Están presentes y subyacen en la discriminación. Ésta se manifiesta de muchas maneras: descalificaciones, burlas, indiferencia, segregación, marginación, exclusión, acoso, como expresión de la violencia aprendida por los niños, que ponen en juego con sus pares, según su subjetividad y su historia personal. En el escenario cotidiano de la vida en la escuela, encontramos conductas discriminatorias no sólo entre los niños, a veces, también en los docentes. La intolerancia, el rechazo y la estigmatización del diferente atraviesan el discurso de algunos de ellos.El ámbito escolar podría ser un espacio privilegiado donde aprender a aceptar las diferencias y poder convivir con ellas. Para poder reconocerlas sin negarlas, e incluirlas como experiencias enriquecedoras en las relaciones del niño con su entorno. Pero es un trabajo que no puede realizarse sólo en la escuela, hay que articularlo con nuestra responsabilidad y hacernos cargo de nuestros propios prejuicios, que como padres-madres les transmitimos.

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